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pecado de ojos rojos tan cavernosos, un claro caso de asesinato. Y vos, señora, con
vuestros cabellos dorados, por cierto, no vos.. y, sin embargo, esa espantosa bestia de
ojos amarillos que se escabulle de vos para dirigirse a aquel cortesano, y toda vez que
uno de los dos lo ahuyenta, se allega al otro. Más allá una señora trata de sonreír
mientras acaricia la detestable cabeza peluda del pecado de otro, pero uno de los
suyos propios experimenta celos y se interpone bajo su mano. Aquí se sienta un
anciano noble con su nieto en las rodillas y uno de los grandes pecados negros del
abuelo lame la cara del niño y lo ha hecho suyo. A veces un fantasma se trasladaba en
busca de otra silla, pero siempre su propia jauría de pecados le iba detrás. ¡Pobres,
pobres fantasmas! Cuántos intentos de huir de sus odiados pecados deben de haber
tenido en doscientos años, cuántas excusas deben de haber dado para justificar su
presencia, y los pecados estaban con ellos todavía... y todavía inexplicados. De pronto
uno pareció olfatear mi sangre viva y aulló de manera horrible; y todos los otros
abandonaron a sus fantasmas a una y se precipitaron sobre el pecado que había dado
la alarma. El bruto había captado mi olor cerca de la puerta por donde yo había entrado
y se me iban acercando cada vez más olfateando el suelo y emitiendo de cuando en
cuando su espantoso aullido. Vi que la cosa había ido demasiado lejos. Pero ya me
habían visto, ya me estaba alrededor saltando y tratando de alcanzarme la garganta; y
cada vez que sus patas me tocaban, me asaltaban espantosos pensamientos y deseos
inexpresables dominaban mi corazón. Mientras estas criaturas saltaban alrededor de
mí, tracé el plan de cosas bestiales y las proyecté con magistral astucia. Primero entre
todas esas peludas criaturas de las que defendía débilmente mi garganta, me asediaba
un gran asesinato de ojos rojos. De pronto no me pareció mala idea matar a mi
hermano. Me pareció importante no correr el riesgo de ser descubierto. Sabía dónde se
guardaba un revólver; después de dispararle, lo vestiría y le cubriría de harina la cara
como la de un hombre que se hubiera disfrazado de fantasma. Sería muy sencillo. Diría
que me había asustado... y los sirvientes nos habían oído hablar de fantasmas. Había
una o dos trivialidades de las que habría que cuidarse, pero nada me pasaba por alto.
Sí, me parecía muy bien matar a mi hermano al mirar las rojas profundidades de los
ojos de esta criatura. Pero mientras me arrastraban consigo, hice un último esfuerzo:
Si dos rectas se cortan entre sí dije , los ángulos que se oponen son iguales.
Sean las rectas AB y CD que se cortan en E; además los ángulos CEA y CEB
equivalen a dos ángulos rectos (prop. XIII). También CEA y AED equivalen a dos
ángulos rectos iguales.
Me acerqué a la puerta para coger el revólver; una horrible exultación animó a las
bestias.
Pero el ángulo CEA es común, por tanto AED es igual a CEB. De la misma manera,
CEA es igual a DEB. Quod erat demostrandum.
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Estaba probado. La lógica y la razón se restablecieron en mi mente, no había perros
oscuros del pecado, las sillas tapizadas estaban vacías. Me era inconcebible que un
hombre pudiera matar a su hermano.
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El REMOLINO
Una vez, al dirigirme a la costa del mar inmenso, me encontré con el Remolino, que
yacía boca abajo sobre la arena y extendía sus miembros enormes al sol. Le pregunté:
¿Quién eres?
Y él me respondió:
Me llamo Nooz Wana, el que Anega los Barcos, y vengo del Estrecho de Pondar
Obed, donde tengo costumbre de agitar los mares. Allí di caza a Leviatán con mis
manos cuando él era joven y fuerte; a menudo se me deslizaba de entre los dedos y
huía entre los bosques de algas que crecen bajo las tormentas en el crepúsculo que
reina en el fondo del mar; pero por fin lo atrapé y lo domestiqué. Porque allí acecho el
fondo del océano, a medio camino entre las rodillas de cada despeñadero, para montar
guardia en el Estrecho y evitar el paso de todos los barcos que intentan llegar a los
Mares Lejanos; y toda vez que las blancas velas de los barcos erguidos vienen
hinchadas doblando la esquina del escarpado de los espacios iluminados por el sol del
Estrecho, apoyándome firme en el fondo del océano, con las rodillas algo flexionadas,
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