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-Dirección dos siete cero, ángulo uno cinco; dirección dos siete cero, ángulo uno
cinco...
Yo miré fijamente al tubo, osando apenas parpadear, para no perder las tan esperadas
ocultaciones del trazo que nos demostrarían a nosotros, observadores sobre la Tierra,
que Sir Hugh en su vuelo extra-terrestre estaba consciente y al mando.
El ángulo se acercaba a los noventa: el Satélite se acercaba a nuestro cenit. Rápidos
cambios de dirección mostraron a los observadores que la trayectoria no iba a pasar
exactamente sobre nuestras cabezas. Esta predicción fue prontamente confirmada al
estabilizarse el ángulo a unos cuantos minutos menos de ochenta y nueve grados de
altitud. El Satélite estaba en su punto más cercano... pero no llegó señal ninguna. La radio
siguió volcando el mismo ininteligible galimatías; el trazo, libre de toda ocultación, siguió
moviéndose sin parpadear a su paso a través del tubo. Una gran pesadumbre comenzó a
gravitar sobre mi espíritu y el de los demás a mi alrededor. Envidiaba a los navegantes y
matemáticos, cuyos pensamientos se concentraban en el nuevo grupo de datos
observados sobre los cuales deberían basarse sus cálculos finales. En sus frías mentes
no tenía cabida la desesperación. Les envidiaba y les odiaba, sin darme entonces cuenta
de lo vitales que tales cálculos iban a ser en breve, ni de lo estrechamente que se referían
a mi propio destino y a mi propio futuro.
Para entonces el Satélite había ya pasado por encima y se estaba hundiendo hacia el
horizonte oriental, llevándose con él nuestras esperanzas, cada vez más bajo, cada vez
más indistinto, hasta que finalmente se escucharon las fatídicas palabras: "Bajo ángulo.
Ajuste cero."
Me aparté. Mi mente no quería aceptar el hecho que mi corazón conocía, que Hugh
estaba allá arriba, solo, en desesperada necesidad de ayuda. No podía sino pensar en
cómo mi envidia había injuriado su intachable personalidad y de cómo lo repararía cuando
volviese. ¿Cuándo volviese? ¿Volvería alguna vez? ¿Le había perdido para siempre, a mi
amigo y mí jefe?
Descendió sobre mí una sensación de desesperada soledad, y me temía que al cabo
de un instante iba a empezar a atacar aquella loca empresa. Las palabras comenzaron a
subir a mis labios, y el esfuerzo de reprimirlas hizo asomar lágrimas a mis ojos. Huí a mi
habitación y me encerré en ella.
Por la razón que fuese, parecía imposible que mientras la mecánica de nuestro gran
experimento había sido coronada por el éxito, y el Satélite estaba firmemente establecido
en su órbita, su parte humana personal no compartiese el triunfo y nuestro jefe no
recibiese sino la muerte por recompensa.
Y, sin embargo, no cabía duda de que el Satélite estaba ahora establecido. Desde el
segundo transito las reglas de cálculo habían estado buscando la respuesta. Se habían
localizado y comprobado los polos de la órbita; se habían calculado con gran exactitud la
altura y la velocidad. Los resultados coincidían de modo notable con los previstos, y era
perfectamente claro que se había conseguido un éxito científico de primera magnitud.
Habíamos plantado nuestro núcleo, y repitiendo el proceso podríamos irle haciendo
adiciones de acuerdo a nuestro plan original.
Efectivamente, el segundo proyectil estaba ya terminado y a punto de ser lanzado. Era
una réplica exacta del prototipo, excepto que había sido diseñado para llevar dos
pasajeros a expensas de descartar la mayor parte del equipo de señales. La idea había
sido que Hugh, a su regreso a Lubooga, realizaría una segunda ascensión, con un
pasajero; y, en general, se había dado a entender que aquel pasajero sería yo. Debíamos
entonces tratar de idear alguna forma que permitiese a dos o más personas cooperar y
comunicarse entre sí en las condiciones peculiares que existirían en el Satélite. Los
planes finales para establecer un Satélite verdaderamente habitado deberían basarse en
el resultado de aquel ensayo.
Ahora seria necesario alterar todo aquello. ¿Sería posible, por ejemplo, emplear el
segundo cohete para rescatar el primero, y así descubrir la causa de la calamidad sufrida
por Hugh? En breves palabras, ¿seria posible traerle de vuelta?, y las palabras "vivo o
muerto" saltaban automáticamente a mi imaginación. ¿Vivo o muerto?
¿Vivo? ¿Y por qué no? Era cierto que el Satélite había ya pasado dos veces sin dar
señal ninguna de que Hugh estaba a bordo y consciente. Pero las alternativas eran que
estaba a bordo inconsciente o que no estaba a bordo. Si lo cierto era que estaba
inconsciente, y que lo había estado desde hacía más de tres horas, entonces las
probabilidades de que estuviese vivo no eran demasiadas. Cualquier clase de fallo
mecánico o de imprevista calamidad que le podía dejar inconsciente por tanto tiempo,
sería probablemente fatal, lo sería casi con seguridad. Pero, ¿y si se había escapado del
Satélite y ahora no podía, por la razón que fuese, regresar a él? Sería, como si dijésemos,
un Satélite independiente, que girara alrededor de la Tierra a la misma velocidad que el
cohete del cual se había escapado, probablemente cerca de él, pero incapaz de entrar en
él para su viaje de regreso. No podía imaginarme como era posible que hubiese ocurrido
tal cosa, pero no era aquél el momento de pesar las probabilidades. Por pocas que
fuesen, si quedaba alguna de que Hugh estaba vivo y de que podía ser salvado, había
que aceptar tal posibilidad.
Había aquel otro cohete virtualmente a punto, dispuesto en el lugar del lanzamiento:
debería ser posible para los matemáticos calcular la manera de lanzarlo en el aire en el
momento adecuado para colocarlo junto al primero y en la misma órbita. Pero era preciso
hacerlo inmediatamente -quién sabe si sería posible hacerlo a tiempo para que sirviese de
algo, si es que no era ya demasiado tarde.
Me apresuré a salir de mi habitación en busca de Wycherley, que era entonces el
segundo de Hugh, y le expuse mis ideas.
-Aprecio mucho que hayas venido y me hayas dicho todo esto, Johnnie -dijo-. No
negaré que haya estado ya pensando en ello, ni que lo haya considerado muy
seriamente. Como es natural, Macpherson y yo hemos discutido extensamente esta
contingencia en el curso de los últimos meses, y estuvimos de acuerdo en rechazar la
idea de un salvamento, a menos de que las causas del accidente original pudiesen ser
plausiblemente explicadas por observación directa. Y me temo que de momento no
podemos explicar nada, y que no estaría justificado arriesgar otra vida -y también nuestro
otro único cohete-, repitiendo un experimento que, desde ese punto de vista, ha
demostrado ya ser un fracaso. ¿Comprendes lo que quiero decir?
No recuerdo lo que le contesté. Sé que dije que, por lo que se refería al cohete, si el
primero había ya demostrado ser una trampa mortal, no se perdería nada con disparar el
segundo. Pero, ciertamente, proseguí; lo más importante ahora es rescatar a Hugh. Si [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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