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Enseguida comprendí lo que había querido decirme, pero no se me ocurrió nada que
responder excepto maldecir la Politécnica de Marte, y eso no habría servido de nada. La
Politécnica de Marte es demasiado perfecta, igual que su disciplina y sus graduados. Sin
embargo, a los diez o doce años de haber salido, algunos consiguen desentumecerse y
humanizarse.
Pero Johnny no hacía tanto tiempo que había salido, sólo un año o dos. La oportunidad
de pilotar el Chitterling fue una verdadera suerte para él, tratándose de su primer empleo.
Tras unos cuantos años con nosotros, podría aspirar a convertirse en capitán de una nave
mayor. Ascendería mucha más de prisa que si hubiera tenido que empezar como oficial
en una nave mayor.
El único problema consistía en que era demasiado guapo, y él no lo sabía. No sabía
nada que no le hubieran enseñado en la Politécnica, y todo lo que le enseñaron fue
matemáticas, navegación espacial, y como saludar correctamente; pero no le habían
enseñado a no hacerlo.
Ellen empecé a decir , no...
¿Sí, papá?
Uh... nada. No tiene importancia. Mi intención fue decir algo muy distinto, pero de
repente ella me sonrió, yo le sonreí, y fue como si hubiéramos hablado de todo. Es cierto
que no llegamos a ninguna parte, pero tampoco habríamos llegado a ninguna parte si
hubiéramos hablado, aunque no sé si comprenderán lo que quiero decir.
En aquel momento llegamos a la cima de una pequeña elevación de terreno, y nos
detuvimos en seco porque, justo enfrente, se hallaba el final de una calle asfaltada.
Una calle plastiasfaltada como las que hay en cualquier lugar de la Tierra, con bordillos,
aceras, alcantarillas y la línea de tráfico pintada en el centro. La diferencia residía en que
no llevaba a ninguna parte, es decir, al lugar donde nosotros nos encontrábamos, y desde
allí hasta la cima de la próxima colina, pero no se divisaba ni una casa, ni un vehículo, ni
una criatura.
Miré a Ellen y ella me miró a mí, y después ambos miramos a Ma y Johnny Lane, que
acababan de darnos alcance.
¿Qué es esto Johnny? pregunté.
Parece una calle, señor.
Vio la mirada que le dirigí y se sonrojó ligeramente. Se agachó y examinó el asfaltado
con más detenimiento, pero cuando se levantó parecía más sorprendido que antes.
Bueno, ¿qué es? ¿Azúcar quemado? inquirí.
Es Permaplast, señor. Al parecer, no somos los descubridores de este planeta,
porque este producto sólo se fabrica en la Tierra.
Hum murmuré . ¿No crees que los nativos podrían haber descubierto el mismo
proceso? Es posible que tengan los mismos ingredientes.
Sí, señor. Pero, si mira detenidamente los adoquines, verá que llevan la marca
registrada.
¿No crees que los nativos podrían...? Me callé, porque me di cuenta de que iba a
decir una tontería. Pero es muy duro pensar que has descubierto un nuevo planeta y ver
adoquines con la marca registrada de la Tierra en la primera calle que encuentras .
Pero, ¿qué hace una calle en este lugar? quise saber.
Sólo hay una forma de averiguarlo respondió Ma con sensatez . Debemos
seguirla. ¿Qué esperamos?
Así que seguimos adelante, con un piso mucho mejor, y al llegar a la siguiente colina
vimos un restaurante. Un edificio de ladrillo rojo y dos pisos con un letrero que rezaba
«Restaurante Bon-Ton», escrito en inglés antiguo.
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Dije: «Que me ahorquen si...», pero Ma me tapó la boca con una de sus manos antes
de que pudiera terminar, lo cual posiblemente fuera una suerte, pues me disponía a decir
algo muy poco conveniente. El edificio estaba a unos cien metros de distancia, junto a una
curva de la calle.
Eché a andar más de prisa y fui el primero en llegar. Abrí la puerta e hice ademán de
entrar. Sin embargo, me quedé clavado en el umbral, dejando la puerta abierta. Era una
fachada falsa, como un decorado cinematográfico, y lo único que se veía a través de la
puerta eran más colinas verdosas.
Retrocedí unos pasos y observé el letrero del «Restaurante Bon-Ton», mientras los
demás me alcanzaban y miraban a través de la puerta. Permanecimos allí hasta que Ma
se impacientó y dijo:
Bueno, ¿qué piensas hacer?
¿Qué quieres que haga? repliqué . ¿Entrar y pedir una langosta para cenar?
¿Con champaña...? Vaya, lo había olvidado.
Aún llevaba la botella de champaña en el bolsillo de la chaqueta; la saqué y se la di
primero a Ma y después a Ellen, terminándome casi todo lo que quedó; debí de beber
demasiado aprisa porque las burbujas me hicieron cosquillas en la nariz y tuve que
estornudar.
Sin embargo, me sentí dispuesto a afrontar lo que fuese, y me acerqué nuevamente al
umbral del edificio que no existía. Pensé que quizá viera una indicación de la fecha en
que fue levantado, o algo por el estilo. No vi ninguna indicación. El interior o, mejor dicho,
la parte posterior de la fachada, era liso y suave como una superficie de cristal. Parecía
sintética.
Inspeccioné la fachada posterior, pero lo único que vi fue una serie de agujeros que
parecían hechos por insectos. Y eso es lo que debían ser, porque había una gran
cucaracha negra sentada (o quizá de pie: ¿cómo vas a saber si una cucaracha está
sentada o de pie?) junto a uno de ellos. Me acerqué un poco más y el bicho se introdujo
de un salto en el agujero.
Cuando volví a reunirme con los demás, me sentía un poco mejor. Dije:
Ma, he visto una cucaracha. Y ¿sabes lo que más me ha llamado la atención de ella?
¿Qué? preguntó.
Nada le dije . Eso es lo raro, que no tenía nada raro. Aquí, los avestruces llevan
sombrero, los pájaros tienen hélices, las calles no conducen a ningún sitio, y las casas
sólo tienen fachada; pero esa cucaracha ni siquiera tenía plumas.
¿Estás seguro? dijo Ellen.
Claro que estoy seguro. Subamos a la próxima colina y veamos lo que hay al otro
lado.
Subimos, y vimos. Entre esa colina y la siguiente, el camino describía otra curva, y ante
nosotros se hallaba la fachada de una tienda con un letrero que decía «Penny Arcade».
Esta vez ni siquiera aflojé el paso. Dije:
Han copiado ese letrero de Sam Heideman. ¿Recuerdas a Sam y los viejos tiempos,
Ma?
¡Ese borracho inútil! repuso Ma.
Pero, Ma, a ti también te gustaba.
Sí, y tú también, pero eso no significa que tu o él no seáis...
¡Que cosas tienes, Ma! la interrumpí. Ya habíamos llegado frente a la tienda.
Parecía realmente de lona, pues se balanceaba suavemente. Dije : Yo no tengo
ánimos. ¿Quién quiere meter la cabeza primero?
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